En un curso que hice no hace mucho sobre la importancia del lenguaje no verbal (la entonación que utilizamos al hablar, el volumen, los gestos que empleamos), uno de los ejercicios que tuvimos que realizar hizo que viviera en mis propias carnes la incomodidad que en muchos momentos sufrían y sufren mis hijos cuando cualquier adulto habla con ellos.
Por parejas teníamos que mantener una conversación, pero de una manera poco habitual. Mi compañera estaba de pie subida en una silla mientras yo permanecía sentada en el suelo. Teníamos que mirarnos a los ojos al hablar y por supuesto no reírnos (he de reconocer que esto último nos costó un pelín).
Me sentí incomoda casi desde el principio. Me dolía el cuello y me cansaba estar todo el rato mirando para arriba, sólo me apetecía que aquella conversación finalizara. Me costaba estar atenta y necesitaba cambiar de postura. Al acabar el ejercicio pensé ¡¡¡mis hijos!!!, esto es lo que ellos viven constantemente, con lo cual no me extraña que se cansen al escuchar y que dejen de mirar a la persona que les habla. De verdad, si te parezco exagerada haz el experimento en casa. Dile a alguien que se suba a una silla, tú siéntate en el suelo e intentando mantener la mirada hablar por ejemplo de cómo han ido las navidades.
Normalmente ya me ponía a su altura al hablar, pero ahora lo hago mucho más. Cuando me agacho, mi hija me suele coger del cuello, se sienta en mis rodillas y aprovechando nos damos unos besines…todo esto me lo perdería si yo estuviera de pie. Con lo cual se genera una cercanía física que ayuda a que la comunicación sea diferente, más cercana.
Además si estamos a la misma altura es más fácil para ellos prestarme atención ya que estoy en su campo visual. Así que si tienes hijos pequeños te animo a que te agaches, seguro que tus peques te lo agradecerán.