¿Te has fijado alguna vez, en que lo primero que seguramente haces al despertar es mirar la hora? y en función de ésta, decides levantarte, o si tienes suerte, dormir un poco mas. Es decir, desde ya bien tempranito es el reloj el que marca nuestro día. Y lo que es peor, la velocidad con la que hacemos las cosas. ¿O a caso te son ajenas perlas como, «siempre ando pendiente del reloj», «odio ir a carreras», «¡venga, que llegamos tarde!» o el archiconocido «¡no me da tiempo!»? Seguro que en algún momento han pasado por tu mente. ¡Dios mío …qué estrés!
Es gracioso, pero en una ocasión me descubrí a mi misma haciendo la compra a tal velocidad que talmente parecía que me estuvieran persiguiendo, era cómo si mi mente fuese a la velocidad de la luz y mi cuerpo quisiera alcanzarla, ¡y eso que iba con la lista hecha!. Y es que es tan fácil contagiarse por la prisa y el estrés… Si he llamado al ascensor pero creo que tarda, vuelvo a picar (como si eso hiciera que viniese mas rápido), si me conecto a internet y he de esperar unos segundo, ¡buff que lento va esto!, si voy en coche y ya se ha puesto verde el semáforo pero el de delante tarda unas milésimas en arrancar, mi mano ya busca el claxon y no hablemos de lo que todos conocemos por comida rápida, ¡rápida!.
¿Cuál es el problema de ir siempre a carreras? Cuando hablo de rapidez, ya no me refiero tanto a ir cual alma que lleva el diablo. A veces lo de correr es literal. Lo digo porque en ocasiones así salgo del trabajo para llegar a casa y poder darles a mis hijos el beso de buenas noches. Si no más bien a la velocidad mental que llevan mis pensamientos. Es como si mi cabeza estuviera siempre centrada en el futuro, en lo que me falta por hacer. Demasiado estrés.
Te propongo una cosa. Durante el día de hoy intenta observarte en cualquier situación cotidiana, en el trabajo, en la ducha, con los niños, en la comida, dando un paseo, haciendo algún recado…en la que tú quieras. Párate unos minutos a averiguar qué ronda tu cabeza. ¿Estás en lo que celebras o quizá tan sólo está tu cuerpo y tu mente pertenece a las obligaciones?. Pongo un ejemplo: imagínate que estas en una terraza tomando algo y disfrutando de la compañía de unos amigos. La conversación es agradable y el buen tiempo acompaña. Pero si tuviéramos acceso a tu mente, lo que aparecería es «buff con todo lo que tengo que hacer...», o «me tengo que acordar de…», «ay no sé cómo hacer esto…», «qué pensarán de mi…» y así podría seguir hasta el infinito y mas allá. Estrés y más estrés.
El problema, por el que mas arriba pregunto, es muy simple, y es que si esa es mi tendencia, me va a costar muchíiiiiiisimo disfrutar del momento. No voy a percibir las pequeñas cosas, los detalles que enriquecen mis días haciéndolos diferentes y por tanto mi vida. No voy a sentir la tranquilidad que aparece cuando el sol calienta mi rostro. El descanso que me da el abrazo de esa persona a la que quiero. La liberación de las risas con los amigos o el amor cuando ves jugar a tus hijos. Todo eso y mucho más está en tu vida, no lo pases por alto.
En Cips Psicólogos te animamos a que centres tus sentidos en lo que estas haciendo. Para eso los niños son geniales, nunca tienen prisa, salvo que nosotros los contagiemos. Se paran a mirar, a escuchar, a tocar. Intenta hacerlo tú también, eso te ayudará a tener una visión más real del presente, y por tanto, a ir más despacio.
Mañana ya es futuro y tan sólo puedo saber qué voy a hacer (y no siempre se cumple). Pero desconozco cómo voy a vivir lo que hago, así que piensa en hoy, en lo que estas haciendo y gana en calidad de vida.