Normalmente los padres solemos dar mucha importancia al aprendizaje de nuestros hijos, que aprenda a escribir, a leer, a lavarse solo los dientes, a ir al baño , que se fije al cruzar la calle, que no diga esa palabrota, que no grite porque puede molestar y así podría seguir con un sin fin de cosas mas, porque a medida que el niño crece, cambian las cosas que queremos que nuestro hijo domine, las asignaturas del colegio, las normas de casa…, pero nuestro afán porque sea un pozo de sabiduría no varía, es más, yo diría que aumenta.
Algo que a los padres no nos hace ningún favor son los «ratos de parque» o «salidas del colegio» , esos momentos en los que los progenitores nos ponemos a hablar con otros padres sobre nuestros retoños y caemos en las temidas y angustiosas comparaciones. «Ay pues el mío esto no lo hace…a ver si se va a quedar atrás» y con tan solo ese pensamiento ya tenemos suficiente para considerar que «mi hijo necesita más caña, tengo que estar más encima de él».
He de reconocer que la primera en morder la manzana envenenada fui yo, un día al salir del cole, cuando mi hijo mayor estaba en primero de infantil, el grupo de padres en el que me encontraba, comentaban que sus niños ya se vestían solos, lógicamente hice lo oportuno, pregunté al papá con el que tenía más confianza «Oye, tu peque ya se viste solo?» y la temida respuesta fue «sí, le cuestan un poco los calcetines, pero el resto lo hace él»; ay madre, casi me da algo, «TODOS hacen esto menos el mío…» mi cara era un poema, se apodero de mi el miedo a no avanzar, el miedo a que mi hijo fuese diferente…menos mal que eso me enseñó lo absurda que puedo llegar a ser a veces, y las tonterías sin importancia que me pueden llegar a preocupar.
Todos los niños tiene sus tiempos, NO avanzan a la vez, en mi caso, mi hijo mayor nació en diciembre, es de los pequeños de la clase. Si cuando empezó el cole aún se le notaban los hoyos de bebé en las manos…y yo ya pretendía que estuviera, a lo que YO consideraba, la misma altura que sus compañeros, sin darme cuenta que con algunos se llevaba un año.
Que nuestros hijos posean conocimientos es fundamental para un adecuado desarrollo, pero en mi camino como padre ¿me esfuerzo de la misma manera para que mi pequeño sea conocedor de sus emociones?, ¿le enseño a que sepa diferenciar cómo se siente? o doy por hecho que eso no es tan importante y que son cosas que irá aprendiendo sin más, o incluso, quizá es algo que ni siquiera me había planteado que debía aprender. Desde Cips psicólogos te animamos a que empieces ya, no es tarde. Pero si quieres que tu hijo sea un adulto emocionalmente sano, que desarrolle adecuadamente su inteligencia emocional, que no tenga dificultades para saber qué le pasa, empieza por enseñarle ahora que es niño cómo se siente cuando tiene miedo, está tranquilo o quizá triste; sólo así aprenderá a gestionar sus estados de ánimo, a saber qué los provoca y a entender cómo se pueden sentirse otras personas.
Y la gran pregunta ¿y eso cómo lo hago? yo os recomendaría utilizar algún cuento, dibujos, todo aquello que sea muy visual. Yo con mi hijo Samuel he empezado a leer «El monstruo de colores», os lo recomiendo. Cada emoción es un color, el rojo es el enfado, el azul la tristeza, el amarillo la alegría…y eso ayuda al niño a identificar sus emociones y a verlo como un juego, que es de lo que se trata en definitiva. A raíz del libro, entre nosotros ahora surgen muchas conversaciones del tipo «Samuel creo que ahora te estás poniendo rojo» así le ayudo a que en el momento descubra cómo es sentirse enfadado, o «cariño, ¿hubo algo hoy que te hiciera estar amarillo? a mí hoy me puso amarilla el ver como jugabais tu hermana y tú». Aprovecha para contarle cosas que a ti también te hagan sentirte triste o enfadado, son ejemplos para él que le ayudarán y animarán a contarte. Aunque también tienes que estar preparado para sus respuestas; el día que antes de acostarlo le pregunté «¿hoy hubo algo que te pusiera azul?» y me dijo, «mamá a veces me pongo azul cuando te vas a trabajar…» ay… en ese momento mi corazón se encogió.
Sin duda estas conversaciones generan una intimidad increíble, y lo más importante, le enseñas a tu hijo a que puede hablar contigo de cualquier cosa, y eso está claro, no tiene precio.