«En ocasiones la vida nos plantea una serie de retos muy complejos. Uno de ellos, sin duda, se me presentó el año pasado. Me encontraba mal, diversos pensamientos deambulaban por mi cabeza, no sabía qué me estaba pasando, pero de lo que sí era consciente era de que ese malestar aumentaba cada día. Fue entonces cuando decidí contarlo a un familiar quien, mirándome y sin apenas pestañear dijo: “vamos a buscar un psicólogo”. En ese instante mi corazón se aceleró vertiginosamente, ¿yo tengo que ir al psicólogo?, pero si ir al psicólogo es de locos, ¿para qué? Si fijo que se va a reír de mí cuando le cuente lo que me pasa, fijo que me toca un carcamal que me dice que lo que tengo es cuento, y además, ¿qué va a pensar la gente de mí? Pensarán que estoy loca… Todo eso rondó en mi cabeza al oír la palabra psicólogo. Reconozco que dar el primer paso de ir al psicólogo fue bastante complicado, creo que no debe ser fácil para nadie y en mi caso no lo fue por dos motivos: miedo a que me juzgaran (la gente o el propio psicólogo) e ignorancia hacia la labor de los psicólogos. A día de hoy, puedo calificar la experiencia como satisfactoria, pero no solo eso, sino que también he aprendido una lección de vida, y es que no debemos prejuzgar ni dejarnos llevar por la opinión de los demás o por lo que vayan a pensar sobre nosotros.Ir al psicólogo no nos debería parecer extraño, todo el mundo tiene o ha tenido ciertos problemas que le cuesta afrontar o superar, por tanto, ir al psicólogo no es de locos, sino de personas que no pueden superar por sí solas diversas dificultades o bien no pueden manejar de manera correcta sus emociones. Debemos desenmascarar los tabúes existentes en nuestra sociedad que encontramos en torno a la figura del psicólogo.»
Esta fue la reflexión que un paciente me envió después de haber terminado la terapia, me pareció tan útil que le pedí permiso para compartirla, creo que puede ser de ayuda para aquellos que tienen dudas en acudir o no al psicólogo.