Hace un año que comenzaba esta terrible situación de pandemia producida por el SARS-COV19. Una situación que derivaba en un confinamiento domiciliario de más de un mes y unas posteriores restricciones. Alguna de las cuales siguen vigentes.
La fatiga que resulta de la pandemia es una realidad de la que la mayoría somos conscientes y sufridores en mayor o menor medida. Se ha hablado mucho de los colectivos afectados, de los niños, las personas mayores… Pero tenemos otro colectivo que se ha visto muy afectado ante esta pandemia: los jóvenes.
La vida nos ha cambiado a todos tras la pandemia, pero, sobre todo, a los jóvenes. Su vida gira en torno a lo social: conciertos, fiestas, quedadas, rutas, cine… Y todo se les ha truncado, incluso muchos de ellos no tienen ni clase presencial. Por lo que su vida se basa en estar en clase online, estudiar y vuelta a empezar.
Una encuesta realizada a nivel mundial sobre la pandemia y sus efectos en los jóvenes revela que el impacto que esta ha tenido en ellos es sistemático, profundo y desproporcionado. Los jóvenes cuya educación o trabajo se había interrumpido o había cesado totalmente tenían casi dos veces más probabilidades de sufrir ansiedad o depresión que los que continuaron trabajando o aquellos cuya educación siguió su curso.
Nos encontramos ante un panorama en el que los jóvenes apenas pueden socializar. Ésta es una actividad esencial en esta etapa para el desarrollo de su personalidad y su autoconcepto. No ver el fin de la pandemia. No saber cuándo van a recuperar su vida tal y como era antes de la pandemia, también contribuye a que los jóvenes sientan desánimos y estén alicaídos. Ante esto, debemos intentar empatizar con la situación que están viviendo. No debemos dejar que los medios gestionen nuestro estado de ánimo. Debemos apoyarlos hablar con ellos y comprenderlos. Haciéndoles ver que el final cada vez está más cerca.